Una certeza violenta

Franco Gerarduzzi
2 min readJun 15, 2021

Se nota siempre. Hay un resoplido súbito cuando se pide algo sencillo: calentar agua para un café o tender la cama. Pero nadie dice nada: se inyecta silencio. Se trabaja ese mutismo hasta convertirse en un adicto. No se tolera el desorden en el ropero ni la cocina sucia desde hace días, pero no se discute ni se cede. Se siente desprecio y culpa. Se cree que tal vez sea habitual y que a otras parejas les pasa. Se siente temor y por eso, a veces, se intenta mostrar interés y en el desayuno hay un vaivén de preguntas y respuestas tediosas que vuelven la escena absurda. La indiferencia se arraiga como una certeza violenta y es indisimulable. Los besos se parecen a un trámite y el sexo se planifica, como si formara parte de las actividades agendadas para el mes: ir al supermercado o al gimnasio. Se inyecta distancia. Se comienza a llegar tarde, se inventa una excusa, se piden disculpas y se ofrece una sonrisa que es devuelta con desdén. Se duerme en habitaciones separadas. Se fabrica esa ausencia como si se tomara impulso para extrañar algo que hace años está disuelto. Se cena en horarios distintos y es un alivio. Se finge cuando se oye la misma historia por enésima vez y se ríe con una carcajada industrial. No hay invitaciones al cine ni salidas a bailar. No se escucha música ni se dan paseos en la plaza. No se hacen crucigramas ni se leen libros juntos antes de dormir. No se insiste: se contiene el resentimiento y el futuro es predecible. Se sigue. Se permanece con el mismo desgano con el que se hace tiempo.

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Franco Gerarduzzi

Digo lo que dice Arlt: «El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo»